La tecnología como marca de identidad.
Protagonistas del uso de los nuevos dispositivos y del consumo musical, las nuevas generaciones también protestan y trazan irruptivas identidades sociopolíticas.
Durante los años ochenta y noventa, la investigación en torno a los jóvenes en América Latina se mantuvo centrada principalmente en la construcción de identidades y en el conjunto de prácticas sociopolíticas y culturales, vinculadas a dichas identidades. En mi trabajo, este tema ocupó una posición central y acudí en aquel entonces a la metáfora de los “argonautas” para aludir a la búsqueda incesante de la construcción de identidades en los grupos y colectivos juveniles.
Una identidad a la que se accedía desde tres lugares privilegiados: la pertenencia a un grupo, la producción de un estilo y el consumo cultural, todos estos lugares atravesados por las prácticas del hacer, como las llamaría Michel De Certeau. Sin embargo, hubo un momento en que esta idea de jóvenes argonautas en pos de una identidad de adscripción comenzó a generarme una profunda incomodidad interpretativa, me parecía insuficiente para nombrar las transformaciones y los giros que podía detectar en las culturas juveniles: el paso del nosotros al yo, el “ablandamiento” en las tiranías del look y, especialmente una nueva relación con los objetos culturales y la tecnología.
El protagonismo juvenil desde la segunda mitad del siglo XX hasta lo que va del XXI, ha sido muy importante tanto en lo que toca a las transformaciones y al cambio social, como a la evidente fragilidad que experimenta en la llamada sociedad del riesgo.
Lo más relevante podría ser el hecho de que no hay una definición “cerrada” de lo que se entiende por “joven” y ello se debe en buena medida a que los parámetros biológicos son insuficientes para dar cuenta de la disputa entre diferentes fuerzas y actores para establecer los rangos “legítimos” de lo que significa ser joven. Así el mercado (especialmente el cultural) tiende a prolongar los límites en un proceso de juvenilización del sujeto, mientras que las instituciones sociales de control, como la familia o la escuela tienden a exigir un tope para dejar atrás la juventud.
Tope que pese a las transformaciones sociales y a la crisis socioeconómica, se establece a partir de la entrada de los sujetos en el mercado laboral. Esta disputa genera, paradójicamente, una noción extendida sobre el ser joven en estos tiempos: sujeto de control y sujeto de consumo; mientras que las representaciones que ellos mismos producen sobre sí mismos, en tanto actores políticos, circulan poco por el espacio público.
Del walkman al IPod
La tecnología es un marcador central en las identidades juveniles y un dispositivo que arma, forma y da sentido a su vida y a sus prácticas.
En la primera década del siglo XXI, la tecnología ha mostrado ser su estrategia principal para encarar los desafíos que se les presentan, es clave asumir que los jóvenes y las diferentes tecnologías confluyen en un carril que está generando profundos cambios.
Las tecnologías en sus diferentes vertientes operan como conectores, prótesis, plataformas, catapultas.
Hasta hace pocos años los jóvenes consumían música (rock, entre otros géneros), una música que junto con la pertenencia identitaria y el estilo, configuraba una triada capaz de dotar de sentido a la biografía, siempre pensada y experimentada en el colectivo. Las evidencias empíricas indican que esto no opera más así. A través de Youtube, de manera privilegiada, Facebook, My Space, Lastfm, Blipp, u otros sitios, es posible detectar un cambio fundamental. La cultura musical “moderna” estuvo armada sobre la base de repertorios completos, se escuchaba un disco de Pink Floyd o de Bruce Springsteen o de Madonna; se adquirían repertorios constantes con su propia configuración.
Sin embargo hoy, el aumento documentable en el consumo de singles va dando paso acelerado a las llamadas playlist, que en el IPod, en la computadora u otros sistemas de reproducción, conforman repertorios que se configuran desde la subjetividad de cada joven, donde el gusto está mucho menos vinculado a una identidad (musical) delimitable y mucho más al gusto o estados de ánimo.
Las llamadas playlist, convierten a cada usuario en un autor, a cada escucha en su propio Dj y luego a través de la opción share (compartir), va al encuentro de otros como él o ella, alimentándose incesantemente de las listas de otros, en una semiosis o mejor rizoma musical que desmonta las lógicas conocidas hasta ahora. Indudablemente se puede hablar del walkman como antecesor de todos estos procesos; sin embargo, la reproducción digital, las lógicas de su uso, traen a la escena un asunto clave: la intersubjetividad no organizada desde una oferta definida, sino justamente desde la configuración de subjetividades; es decir, importa menos la música –en su sentido de propuesta formal–, y mucho más la sintaxis que arma el usuario.
Bajo estos argumentos quisiera plantear la hipótesis de que asistimos a la emergencia de una nueva gramática en la que a través de “fragmentos” de música (de información, de imágenes) se construye un hipertexto en el que las huellas de la producción industrial tienden a borrarse.
A través de la experiencia se construye y configura la subjetividad y la intersubjetividad juvenil. En este sentido quisiera desestabilizar la idea –difícil de erradicar–, acerca de que las transformaciones societales se producen solamente en los lugares consagrados por la modernidad: la gran política, las industrias culturales, los grandes medios de comunicación, la escuela, el trabajo.
A partir de la perspectiva sociocultural, trabajar desde la experiencia como momento constitutivo de la subjetividad exige meterse en aquellos territorios donde se están expresando estas transformaciones. Y es justamente en la interface entre dispositivos tecnológicos y consumos culturales, donde es posible observar estas cuestiones.
Las tecnologías de proximidad generan dos efectos fundamentales: convierten a los usuarios, en este caso, los jóvenes, en autores y, propician el uso activo de dispositivos y contenidos.
Mi participación activa en Facebook, Twitter, Flickr, YouTube, me permitió entrar en contacto de un modo distinto con los jóvenes, motor y centro de mis afanes investigativos. La Red y sus intrincados y rizomáticos laberintos son un espacio privilegiado para analizar la configuración de “mundos” juveniles en los que es posible aprehender dos cuestiones claves: la agencia y la subjetividad.
Por un lado, hay una fuerte asociación entre destreza tecnológica y modos de representación del mundo y, de otro lado, una producción que no elude las huellas de su subjetividad. Bajo esos planteamientos, analicé a través de Facebook (de la que soy usuaria regular y entusiasta), durante varios meses la relación de un grupo amplio de jóvenes mexicanos, argentinos, bolivianos, algunos salvadoreños y venezolanos, con la música a través de sus citas, estados y comentarios musicales a través de YouTube u otros sitios de música.
Quisiera señalar algunos aspectos que me parece, abonan, al debate metodológico. Una primera cuestión se refiere a la posición del etnógrafo, etnógrafa en este caso, que se debate en la tensión entre el extraño y el nativo, que busca cómo acercarse y comprender los códigos nativos, sin perder la distancia crítica que pueda justamente dar cuenta de esa cultura. Indudablemente yo no soy una “nativa digital”, fui llegando a estos mundos de modos accidentados, pero una vez ahí, me encontré con una cultura “amigable” que me permitió incorporar destrezas, códigos y maneras de hacer.
Comparto el interés planteado por Pablo Seman y Pablo Vila en su estudio sobre “ La música y los Jóvenes de los Sectores Populares: Más Allá de las Tribus” (2008), en el que los autores se refieren a la pluralización del gusto musical “introducida tanto por el mercado, como por la productividad de las creaciones y apropiaciones musicales de los jóvenes”, que estaría fragmentando “el gusto juvenil en especies particulares, muchas veces aparente o realmente irreductibles”. Aquí, lo que interesa es justamente la pluralización de ese gusto, que además de lo señalado por Vila y Seman, es posible justamente por las plataformas tecnológicas.
Entonces, más que un análisis de usos y consumos, de “géneros” musicales, lo que interesa centralmente es la mediación de YouTube en la configuración de una cultura musical. De ese modo, entonces, sigo la hipótesis cultural (a la manera de Raymond Williams) de la centralidad de las estructuras del sentir (o experiencia), y su potencia para resituar las prácticas musicales.
El camino político
Para referirnos a la opción política de los jóvenes, habría que distinguir entre la política formal (instituciones, clase gobernante, elecciones), que ha convertido a los jóvenes en botín electoral para tiempos de sequía; y lo político entendido como el conjunto de prácticas que en lo cotidiano organizan la percepción y acción de los jóvenes en torno al espacio público.
Hay encuestas que muestran el profundo desencanto de los jóvenes frente a la política formal. En América Latina, sólo un 5% de los jóvenes, confía en sus congresos; y los actores políticos (parlamentarios, alcaldes) concitan apenas un 3% de aprobación o confiabilidad.
Los jóvenes están hartos, cansados y desencantados de las “canchas” en las que se juega la política, pero ello no significa que no actúen políticamente. Vemos un repunte de dos vías en la actuación política: de un lado, a través de la gestión sobre demandas estructurales.
De otro lado, la emergencia, ebullición y contagio epidémico de jóvenes que, a través de distintas “gramáticas” plantean una crítica, lúdica pero contundente a las políticas que nos gobiernan, desde la movilidad urbana hasta el medio ambiente. Este “retorno” no demasiado estruendoso a la escena pública, marca una diferencia fundamental con respecto al silencio de finales del siglo XX.
Hay una reconfiguración profunda de la subjetividad política de los jóvenes, que constituyen una especie de “nuevos bárbaros” (en el sentido de Alessandro Baricco) que se van apropiando en voz baja de territorios políticos que resultarán claves para redefinir el futuro.
El movimiento del voto nulo en México, en 2009, logró un 5,9% de los votos emitidos. Casi dos millones de personas diciendo: ¡así, no! El 23% eran votantes por primera vez, es decir, de entre 18 y 24 años. Pero me preocupa el giro autoritario de muchos jóvenes y la capacidad de operación del crimen organizado que abonan el terreno para el advenimiento de una sociedad que quede atrapada entre dos fuerzas: de un lado el endurecimiento de las políticas de Estado, con el aval y complacencia de una sociedad que quiere respuestas y, de otro lado, el fortalecimiento de la paralegalidad (un Estado dentro del Estado).
La crisis estructural que ha venido agudizándose en la región en los últimos años impacta, entre otras cosas, en la inversión en educación. En México, un promedio de doscientos mil jóvenes son rechazados anualmente por falta de cupos en las universidades públicas. La educación privada es muy costosa. A esto se suma el desgaste de un modelo sociopolítico y económico que ha evidenciado su principal contradicción: una oferta constante y prácticamente ilimitada de posibilidades para ser y para tener frente a un acceso cada más limitado; el consumo al centro de la identidad.
Saben, además, que la educación no es garantía de movilidad social. Están hartas y hartos. Pero quizás a todas estas consideraciones habría que añadir el aceleramiento de la tecnología con sus redes, que los conecta al mundo de maneras inéditas.
El ciberespacio ha reconfigurado el ágora pública; el “usuario” es un actor, que desde la primera persona, desestabiliza el monopolio de la palabra “legítima”.
Las redes les permiten descubrirse y escucharse; las crisis, encontrarse cara a cara en las plazas, desde una condición identitaria que nadie les puede rebatir, son estudiantes.
Pero los estudiantes hoy están aquí, porque nunca han dejado de estar; ellas y ellos habían estado en pequeños colectivos, a favor de la diversidad sexual, a favor de la paz, en contra de la guerra; optaron, después del fracaso de los movimientos de los 70, por la micropolítica, esa que suma causas y no organizaciones. Son, fundamentalmente una legión que apuesta por la política, como la posibilidad de desarreglar el mapa de lo posible.
Las propuestas políticas de los jóvenes son de una generosidad tremenda. Trabajan por una sociedad mejor. Incluso desde aspectos ecológicos políticos como dejar los automóviles y usar bicicletas. Es una apuesta política distinta.
Todavía no están en la tesitura de abrirse a la pregunta por lo que significa la gestión del poder, salvo excepciones. Probablemente todas las crisis y todas las trabas que les están poniendo, los desalojos, las represiones que vemos contra los indignados en todo el mundo los lleven a esa agenda. Es un momento interesantísimo.
Rossana Reguillo Cruz
Fuente: Revista Ñ